
Y una noche como de la nada cayó un Rayo del cielo que al tocar la Tierra la partió en dos mitades.
Dicen que desde aquel momento convirtió el desierto que la cruzaba en un rio, cuyo manantial era tan puro que el mismo agua se asemejaba a la plata.
Que del cielo brotaron miles de estrellas las cuales en la media noche iluminaban los corazones solitarios, y titilaban para aquellos que añoraban a su otra mitad, y la Luna les cantaba, y el Mar bailaba sus olas.
Y al amanecer todos los campos rezumadan rocio fresco, y en el alba el aire era de un tibio color malva, y olía a nardos, los animales silvestres despertaban con su alegría y los primeros rayos calentaban hasta al más frio corazón.
Las tardes eran radiantes con el Sol impetuoso. Los cielos altos y celestes lucían tachonados de nubecillas blancas. Las rosas, las lilas, margaritas, lirios, azucenas, lor robles, helechos, cipreses, alhamos, los prados inmensos, la tierra más fertil florecía cada día, inundando la vista y el olfato con sus infinitos dones.
Y en la majestuosidad del ocaso, todo se fundía en cálido y eterno abrazo.
Cada noche y para siempre.
Dicen que aquel rayo se llamaba Amor. Era un rayo perteneciente a una de las más poderosas familias reales que por aquel entonces regían el universo. Con una antigüedad imposible de calcular , se cree que él ya cruzaba galaxias y constelaciones mucho antes de que las llamaramos así. Cuando desde el cielo una noche en su vagaje vió a la Vida durmiendo en su letargo. Quedó tan fascinado por su belleza y la pureza de su rostro que, sobrecogido no dudó en atravesar la tierra que la retenía presa para con su beso de amor liberarla y amarla, desde la luz de la eternidad y la sabiduría, para toda la vida. Para siempre jamás.
Cuando con su energía penetrante y su calor abrasador apareció ante Vida despertándola de su largo sueño, ésta al mirar en sus ojos y ver siglos de sabiduría, viajes más allá de los confines imaginables, colores indescriptibles incluso para ella, al ver la bondad y la nobleza, la ternura y sensibilidad, la fuerza y el vigor, el valor y el sentido y millones de sensaciones ancestrales en el rostro de él, plena le dijo...
-Mi alma ya te conoce, tú eres mi Amor.
Cerró los ojos serena y se aferró a su pecho.
Él, enmudecido, la abarcó entre sus brazos y la besó.
Y así, iluminados por la más absoluta felicidad se fundieron para siempre.
Él la liberó, y con su cariño alimenta aun hoy su naturaleza viva.
Ella le dió su lugar entre sus brazos, y ya nunca más tuvo que vagar en soledad.