lunes, 26 de septiembre de 2011

I Love´Till The End









Su gabardina ondeaba con fuerza tras ella, y sonaba como las velas de las naves.
Ya no trataba de dominar su melena, había entendido que era una misión imposible, como lo hubiera sido pretender dominar al viento creciente o a las olas del mar que parecían romper cada vez con más estruendo contra el dique.

Era una tarde preciosa. De esas en las que el cielo se transforma en una paleta de color gris en toda su gama. De nubes gordas y rechonchas, oscuras y claras, amenazando descargar su lluvia inminentemente.

Le encantaba ver así el mar. Tan poderoso. Tan vivo. Y sentir contra su rostro la velocidad del viento húmedo, frío y salado.

Era maravilloso estar en el muelle en una tarde como esa.
Apenas había gente. Todo era casi perfecto. Lo podía sentir por dentro.

Y en momentos como esos podía desatar sus emociones y dejar que volaran junto con las gaviotas y el viento. Abrir incluso un poco las manos, separar los brazos del cuerpo....Y al igual que su pelo...respirar un rato.

Sus ojos hicieron lo mismo y afloraron en sus mejillas las primeras lágrimas que no procedían del mar.

Tras perder la noción del tiempo que llevaba allí, decidió volver a casa, cosa que le resultaba cada vez más difícil desde que su difunto marido la dejara desierta, desierta de su olor, de su voz, vacía de sus risas, de sus achaques, de su propia vida, de su amor tan poderoso y viejo como ese mar que se empeñaba una y otra vez en romper contra el dique.

Sí, le costaba mucho regresar a aquellas silenciosas paredes, testigos de toda una vida que ahora seguían vigilando, pero más mustias, mucho más mustias.

Allí se estaba tan bien. Siempre le había gustado ir al muelle, plantarse en la barandilla y simplemente respirar y perder la vista por el infinito, pensar que al volver a casa él la estaría esperando para hacer la cena juntos, leyendo su periódico en su sillón marrón.
Sí, allí podía imaginar que al llegar a casa y tras quitarse la ropa empapada, prepararía algo caliente y cenarían, le daría sus pastillas, le ayudaría a bañarse, ponerse su pijama y acostarse. Pondría alguna película, o un disco, se besarían y se mirarían a los ojos, y le diría "te quiero hasta el final", y no le soltaría de la mano hasta quedarse dormidos.

Ya las primeras gotas de la tormenta empezaban a caer pesadas como plomos.
Se dio la vuelta y se alejó del muelle mientras su gabardina y su melena aleteaban con gran violencia bajo las gotas de lluvia y de pena.