martes, 22 de enero de 2008

historia 4: palabras de amor


CAPÍTULO PRIMERO



Cuando Ángela entró en el dormitorio, fue como entrar en otro mundo.
La persiana estaba medio bajada, y la poca luz del atardecer se filtraba creando finas columnas que iba a parar al suelo.La cama permanecía perfectamente hecha, como si su inquilino se hubiese ido a trabajar por la mañana y aguardara pacientemente su regreso.
La pequeña mesa tocador, soportaba una lamparita, un par de fotos, un peine y un frasco de colonia medio vacío.Un gran armario en el lado derecho presidía la habitación.
Ángela avanzó y subió la persiana dejando entrar más luz.
Corrió las cortinas a los lados y se volvió.Dio un pequeño respingo porque dos pies asomaban por debajo de la cama.Bueno, más bien eran dos zapatillas de estar en casa.Ángela sonrió e inclinó la cabeza y vio que efectivamente no había nada debajo.Sobre todos los objetos había una fina capa de polvo.
Como si el tiempo se empeñara en pasar inexorable sobre nuestras vidas, recordándonos que todo aquello que permanece quieto e inmóvil, es cubierto por el paso del tiempo.

Se acercó a la mesita y abrió el primer cajón.Había algunos pañuelos de tela pulcramente doblados.Cogió uno y lo observó.
Tenía grabado en él la palabra C.Carlos... ay Carlos...Se llevó el pañuelo a su nariz, y olió aquel olor tan familiar.
¿Cómo era posible que lo guardase?. Quizás había rozado su piel antes de guardarse. Había tocado sus manos impregnadas de su aroma antes de que el cajón preservase su olor.

A Ángela las lágrimas se le apelotonaban en sus ojos, como soldados paracaidistas dispuestos a saltar a la más mínima oportunidad.Dejó el pañuelo en su sitio, y abrió el segundo cajón.Había sólo un álbum de fotos.Ángela lo cogió y se sentó en la cama.
Fue pasando las hojas y esta vez ya el llanto no se puedo reprimir.Veía a Carlos, de niño, vestido para la primera comunión, con sus compañeros de colegio, vestido con un traje horrible, con camisa de chorreras, quizás para alguna boda. Con barba, y camisa hippie, encima de una montesa roja, con los amigos del trabajo...
Ángela ya no podía soportar las lágrimas y cerró el álbum de fotos.A veces ver la vida de alguien detenida en unas fotos puede ser, según las circunstancias muy duro.Dejó las fotos en el cajón y avanzó por la habitación hacia el armario.Al lado había una foto de Carlos, vestido con un traje negro. Al lado su mujer, con un radiante vestido blanco.

El día de su boda...
Ángela se secaba las lágrimas con el dorso de su mano...

El día de su boda...

Sin volver a mirarla, abrió el armario.Había muchos pantalones, chaquetas, camisas pulcramente dobladas, en sus perchas.Sin querer prestar mucha atención, fue cogiendo perchas y las fue colocando sobre la cama.Cuando tuvo un buen montón, salió un momento de la habitación y volvió con un rollo de bolsas de basura.Quitó una y la abrió, y empezó a meter ropa dejando las perchas a un lado.Había una sensación que le iba adueñando de su pecho. Como si algo le aprisionara, como si alguien la abrazara muy fuerte y no la dejase respirar.
Las lágrimas pugnaban por salir a borbotones y Ángela hacía verdaderos esfuerzos para contenerlas.No dejaba de recordar las fotos, esas malditas fotos.
¿Por qué las había visto?
¿Por qué?
Sólo venían esas imágenes a su mente, y el hecho de meter toda esa ropa en bolsas de basura...era como tirar la vida de alguien al contenedor.
Pero esas fotos... regresaban una y otra vez a su mente.
Una y otra vez...Con su barba, con aquella camisa desabrochada, con el pelo mojado por el mar...

La presión en su pecho era cada vez más fuerte.Así que Ángela cogió rápidamente la ropa que quedaba y la fue guardando en las bolsas que iba llenando.En la parte de abajo había algunas cajas llenas de cosas.Papeles, mas fotos, zapatos...
Sin prestar mucha atención fue guardando esas cajas también en las bolsas.

Y entonces es cuando aquella caja marrón de zapatos se le cayó al suelo y se abrió.

Su foto.

Había una foto suya boca arriba encima de lo que parecía un montón de cartas.

Ángela se agachó y con sus dedos temblando, se puso de rodillas en el suelo para ver aquella foto.
Si.
Era ella.
Con su vestido rosa.
Bueno la foto era en blanco y negro, pero la recordaba muy bien.
Lo estrenó para las fiestas del pueblo.Aquel mismo día le hicieron la foto.

¿Cómo diablos había llegado su foto allí?
Le había perdido la pista hacía tiempo...
Pero no entendía que podía hacer escondida en una caja de zapatos de Carlos.

Cogió los papeles que había debajo.Efectivamente eran cartas.Pero cartas sin enviar.No tenían nada escrito en sus costados.

Ángela cogió la primera del montón.La abrió con unos dedos que apenas podía ya manejar.La desplegó y leyó la primera línea...

"Mi amada Ángela"

Ángela se quedó de piedra, su corazón se paralizó y su pecho se negó a respirar.Su boca se abrió intentando atrapar algo de aire para sus pulmones... pero era inútil.
Era como si le hubiesen dado un puñetazo en pleno estómago y se hubiese detenido su vida.Sus ojos leían y releían esa primera frase una y otra vez.

No supo cuánto tiempo estuvo así...
Hasta que un gemido nació de su garganta.
Fue más un lamento.Y entonces llego el llanto.
Fue un llanto profundo, desgarrador, cruel, que nacía de lo mas hondo de su ser y que parecía arrancarle la vida en cada brutal arcada para coger aire.Más que llorar gritaba, gritaba con un dolor tan profundo que su garganta le dolía, sus ojos le ardían por las lágrimas que no cesaban de salir.
Su estómago se doblaba de dolor y Ángela se dobló sobre sí, con aquella carta contra su pecho y cayó al suelo con la cara completamente mojada en lágrimas.
Gritaba y gritaba de dolor.
El dolor de la pérdida y la comprensión.La comprensión tardía.Ángela seguía llorando y llorando...

Fuera el sol se ocultaba sobre el horizonte.
Y sus últimos rayos dorados se filtraron por la ventana.
El cielo empezaba a oscurecerse.

Llegaba la noche

Llegaba el frío

Llegaba el dolor.




publicado por Sueño




CAPÍTULO SEGUNDO





Mi amada Ángela


El día ha sido muy largo, como toda la semana.Hoy he salido con Pedro a tomar unas cervezas, para hablar del próximo fin de semana.
Pedro quiere que vayamos de cacería.
Ya lo tiene todo preparado, los jerseys de lana, la tienda, la cantimplora...la lista de ingredientes que tenemos que comprar para rellenar los bocadillos...
En fin que le hace ilusión, hace tres meses que no ha podido salir con lo de su rodilla, y ahora quiere aprovechar.

Pero a mi la verdad no me hace tanta. Lo que yo quería era quedarme aquí en casa, en el pueblo.Crees que no llevo pensando desde el año pasado en este fin de semana?
Las gloriosas fiestas del pueblo por fin han llegado, por fin están aquí. Y se acercan cómo agua de mayo para mí la verdad.

Si no hubiese sido tan tonto , si no fuera tan tímido,¡¡ ah!! Te habría pedido bailar el año pasado.
O te habría dicho algo al menos, no sé, te habría dicho
-prima¿ tienes sed?¿Quieres un refresco?
Pero es que no me atreví.


El caso es que al final sí que crucé unas palabras contigo, pero nunca te dije lo que realmente pensaba.
Recuerdo que estrenabas un vestido rosa maravilloso, que endulzaba aun más si cave los colores de tu cara. Nunca te había visto tan guapa, estabas distinta, parecías más mujer que muchacha, pero en cualquier caso, muchacha o mujer, una hermosura de niña.

Te hicieron una foto días antes, y te acercaste a mí para enseñármela.
Me preguntaste - qué primo, ¿salgo guapa o qué?
Yo me hice el duro, el digno, el vergonzosamente tímido, y te dije -bueno no estás mal Ángela, sales normal, no?

Así que, puedes comprender las ganas que tenía de que llegaran las fiestas otra vez y te volvieras a poner tan guapa, y decírtelo, y bailar juntos, y no sé quizás confesarte lo que siento por ti.

Pero, ahora la verdad es que ya no sé que hacer. Me da pena dejar tirado a Pedro.
Y no quisiera perder esta oportunidad que se me antoja ideal, para preguntarte si querías ser mi novia, y si tú aceptas claro, hablar con tus padres.
¡Dios mío!

¿¿He dicho mi novia??

¿Ves? Me pierdes....

Y ya puestos, me perderé del todo....al fin y al cabo mi querida Ángela, estas cartas como bien sabes , son sólo para mí.

Te las escribo para desahogarme, para poder decirte lo muy enamorado que estoy de ti, desde hace años. Lo mucho que pienso en ti, casi constantemente.Lo preciosa que creo que eres...

Ay! si te contara todos las noches que sueño contigo, y te cojo de la mano, y tu me sonríes y ...entonces, te digo que te quiero, y tú me dices que también me quieres...

A veces me siento como un chiquillo, y quizás lo sea. Un chiquillo enamorado, loco de amor por su prima Ángela.


Del cielo cayó un rayo de luz
que alumbró todo a su paso.
Era cándido, y de un color blanco.
Mi corazón que cree en Jesús,
lo buscó sin descanso.
hasta acertar con un milagro.
Era de hermosura sin par,
a campanas sonaba su voz,
caída del cielo sin más,
su bondad me robó el corazón.
Mi Ángela que mira con sus ojos de amor.
¿Qué es sino una criatura de Dios?

Por cierto, en un despiste tuyo cuando enseñabas la foto a tu madre a tus tías, metí la mano por medio y la intercepté. Espero que no la habrás echado mucho de menos. ¡¡Qué vergüenza si llegaras a adivinar...!!

Ahora al menos, puedo verte siempre que quiera, aunque en la foto tu vestido no sea rosa sino gris.

Siempre tuyo,
tu primo Carlos que te adora.



publicado por Emperatriz



CAPÍTULO TERCERO



El beso.
Aquel beso robado en la templada noche de agosto.
Aquel beso furtivo en las fiestas del pueblo.

Ángela tumbada en la cama de Carlos, no paraba de llorar, abrazada a un montón de cartas. Otras estaban esparcidas, abiertas por la cama. Con sus entrañas de sentimientos expuestas por primera vez a la luz del día.

Porque la luz del sol se filtraba por las persianas, llenando de luz la habitación.
Había pasado toda la noche leyendo las cartas y llorando.

Aquel beso...
Aún lo podía revivir como si estuviese allí ahora mismo.

Con el olor del verano; de las noches de verano. El olor del algodón de azúcar, el sonido de los niños en los caballitos, su vestido nuevo, la forma en la que olía y crujía la tela y se adaptaba a su cuerpo... la sonrisa que iluminó su cara cuando vió a su primo Carlos.

Sus pasos apresurados que le llevaron hacia él.El leve toque que dió con su mano en su hombro.

Las palabras...

-¡Hola primito!
Carlos se giró, y Ángela notó en su cara que no pudo reprimir un gesto de sorpresa. Sus ojos la recorrieron de arriba abajo.Ella mientras tanto dió una vuelta completa sujetándome los lados de la falda en un gesto risueño.
-Caray, primita. No estás nada mal. Nunca te había visto con este vestido. ¿Es nuevo?Ángela asintió con la cabeza.
-Pues me debes un baile. -la sonrisa de carlos era franca y de oreja a oreja. - Voy a ser la envidia del pueblo esta noche.
-Eso está hecho. -Si la sonrisa de Carlos, era amplia, la de Ángela al oir aquellas palabras era indescriptible.

Carlos fué hacia la mesa que había cerca de él, y soltó el vaso de vino que tenía en la mano. Se acercó a ella y levantó las manos con una sonrisa que podría derretir toda la nieve de las montañas.

El corazón de ella latía fuertemente cuando cogió esas grandes y ásperas manos y comenzaron a moverse lentamente al compás de la música. Los ojos almendrados de Carlos no se apartaban de los de Ángela. Había como una corriente hipnótica entre los dos que no se podía romper.

El sonido de la música, los niños, las voces; todo se hacía lejano. Era como si sólo estuviesen los dos bailando en aquella plaza.

El hecho de ser primos permitía a Ángela acercarse a él un poco más de lo que el decoro permitiría en otras circunstancias.

Carlos apenas usaba colonia, pero olía muy bien. Podía oler perfectamente el jabón de afeitar.El olor de la chaqueta, su propio olor corporal. Eran una mezcla de olores y sensaciones que Ángela tuvo que, en un momento cerrar los ojos y dejarse llevar por Carlos porque se estaba mareando.
¿Qué le estaba pasando?, que su primo le gustaba siempre lo había sabido. Pero siempre había podido mantener las distancias. Pero aquella noche estaba siendo distinto.Ángela apoyó su cabeza en el pecho de Carlos, pero las sensaciones y los olores se multiplicaron por mil.

-¿Estás bien?- dijo Carlos preocupado.
-No se... me estoy mareando un poco.
-Anda vente, siéntate un poco.

Carlos la llevó cogida de la mano hasta una silla y la sentó. Rápidamente fué en busca de un vaso de agua y se lo ofreció.
-Gracias, quizás he bebido mucho vino.- Le ofreció a Carlos una sonrisa tranquilizadora.
Carlos se agachó, dejó en el suelo, y cogió las manos de Ángela.
-¿Seguro que estás bien, primita?.Ella no podía dejar de mirar sus ojos, la línea de su mentón, el pelo recogido hacia atrás, sus pestañas. Todo llegaba hacia ella traido por su voz.
-Sí, seguro primo. Me quedaré aquí un rato para despejarme. Estoy bien, no te preocupes.

Y así estuvieron un buen rato charlando de cosas absurdas y tonterias. Hasta que Carlos vió a su cuñado y se marchó a tomarse unas copas de vino.

No podía parar de pensar en lo que le había pasado.Sí... seguramente había sido el vino dulce. No estaba acostumbrada a beber, y se le había subido a la cabeza, y con tanta vuelta...

Ángela cuando se recuperó se levantó y se fué a hablar con su madre y sus tías. Bailó con un tio suyo, con su madre, con su prima, y cuando ya le dolían las piernas de tanto bailar, alguién la cogio del hombro, y le dijo...
-Me tienes que conceder el honor...
Era Pedro. El mejor amigo de Carlos, y se le veía que estaba algo borracho.
Pedro siempre le había caído en gracia, era un chico muy guapo y simpático.
La verdad que él de siempre la había buscado, para algo más que una amistad, pero Ángela simpre le había dado largas, sin saber muy bien porqué.

Comenzaron a bailar, pero como él estaba borracho, tropezaban mucho, y chocaban con otras parejas. Ángela no podía parar de reir al principio, porque le hacía gracia la situación. Además a Pedro la lengua se le trababa, y resultaba muy gracioso.

Cuando acabó el baile se la llevó hacia la parte de atrás de la plaza cogida de la mano. En principio a ella la situación le parecía simpática porque era agradable ver como le gustabas a un hombre.

Cuando estuvieron solos, la música llegaba a lo lejos amortiguada por la distancia. Había una luna enorme en el cielo, y miles de estrellas salpicaban de luz su techo.Pedro entonces la abrazó y comenzó a bailar con ella con sus cuerpos pegados.
Ángela no sabía muy bien qué hacer. La situación aunque romántica era un poco tensa puesto que si alguien los veia...
Pedro era muy fuerte, y la sujetaba para que ella no pudiese escabullirse de sus brazos.

-Pedro, será mejor que volvamos.
-No te preocupes, nadie nos ve.
Pedro la miraba fijamente a los ojos. Los brazos de Ángela caían a los costados sujetados por los fuertes brazos de él.
Ella intentó escabullirse retorciéndose pero él no la dejaba moverse.
La situación empezaba a no gustarle.
Los ojos de Pedro ardían de deseo, y su cabeza empezó a moverse... acercándose a la de Ángela.
Ella sabía lo que iba a pasar, y si bien no le desagradaba, la situación no era ni mucho menos como ella había soñado.

Cuando los labios de Pedro se unieron a los suyos, Ángela cerró los ojos.

Cuando los abrió, una sombra los comtemplaba a lo lejos. Estaba inmóvil, erguida, con un vaso en la mano. No se veia quién era, pero la silueta para ella era inconfundible.

La sombra dejó caer el vaso al suelo, y se marchó lentamente, por la calle arriba. Con el sonido del cristal, Pedro se separó y miró hacia atrás. No vió a nadie pero soltó a Ángela.

Un nombre se repetía en la cabeza de Ángela.
Carlos... Carlos... les había visto besarse.

Pero qué hacía allí.

¿Los había seguido?
¿Por qué?.
¿Le había molestado verles besarse?

Preguntas sin respuesta hasta ahora. Hasta este mismo momento, hasta este mismo día.

En aquella cama plagada de cartas abiertas.

¿Qué hubiese pasado si no hubiese existido aquel beso?
¿Qué hubiese pasado si no hubiese existido aquella maldita guerra?

Eran muchas preguntas que iban encontrando respuesta.
Aunque cada respuesta se adentraba en las entrañas de Ángela como un puñal ardiendo.

Había vivido una vida equivocada.

Una vida fingida.

Una vida que quería olvidar.

Sólo quería volver,volver a aquel baile y ..arreglar las cosas.

Sólo eso.

Y con ese pensamiento quedó dormida.





publicado por Sueño

historia 1: los hijos de la luna


CAPÍTULO PRIMERO: LOS HIJOS DE LA LUNA BLANCA






Era de noche, con un cielo negro oscuro.

El cielo estaba plagado de estrellas, y la Luna Blanca, estaba
especialmente brillante, y grande, mucho más que cualquiera de
las otras dos lunas vecinas, con las que compartía las alturas, la
Luna Verde, o la Luna Roja.

En el Acantilado de Clame, Mara esperaba junto a su marido Ares, el momento de dar a luz. Era costumbre en su familia que las mujeres fueran allí, a traer a sus hijos al mundo.
Todo el lugar era de piedra. El suelo, las paredes escarpadas del precipicio, la pequeña cueva en la que Mara aguardaba la feliz llegada de su primogénito...

La piedra era fría, lisa, negra , muy brillante, tanto, que reflejaba la luz de las estrellas y la luna. Lo que convertía a aquel pico, en un lugar sublimemente iluminado por la propia fuerza de la naturaleza.

Todo era calma , un magnífico silencio reinaba la madrugada.

Llegado el momento, Mara se dirigió fuera de la cueva, hasta el saliente más alto del pico en el que se encontraban. Quedó fascinada por la luz que se iba incrementando por momentos, debido a la intensidad con la que la Luna Blanca brillaba esa noche, y al reflejo de la misma en el cielo del acantilado.

Era un espectáculo digno de ser visto, y ella estaba allí, agachándose, y pariendo, con un sólo esfuerzo, de un único empujón, a su hija.

Ares, que estaba junto a su mujer, sujetó al bebé entre sus calientes manos.

Y sintió como el corazón se le iba directamente a sus dedos, los mismos que tocaban ahora a su hija, su primera hija, que estaba mirándole con sus ojos de recién nacida. Estaba llena de sangre y manchada con la placenta, era tan pequeña al lado de ellos...

La sujetó con una sola mano, para llevarla al interior de la cueva, donde habían preparado, telas y agua del río, para limpiarla, y con la otra mano, ayudó a Mara a levantarse. Estaban radiantes de felicidad, mirándola, mientras caminaban lentamente por las molestias que sentía ella.

De pronto una gota de agua, de lluvia, cayó en la frente de la niña, arrastrando parte de la sangre .Ares, miró al cielo, sorprendido, pues, la noche estaba clara y despejada.

Entonces algo pasó, que, llamó su atención. Otra gota, cayó de nuevo en la carita de la pequeña, limpiándola, y dejando ver su rostro muy blanco, sus grandes y redondos ojos negros. Otras gotas cayeron sobre su pelo, negro liso y abundante. También sobre su pecho, sus bracitos, las manos, las piernas, los piececitos ...

La lluvia lavó, limpió el cuerpo de la pequeña. Ares y Mara , no salían de su asombro, pues, la lluvia, solo caía sobre su hija, mojándola, mágicamente, únicamente a ella. Delicadas gotas, que suavemente habían acariciado la piel de la recién nacida, lamiendo los restos de su nacimiento.

Ahora, mojada, relucía como un diamante bajo los haces de luz de la magnífica Luna Blanca, que parecían incidir sobre ella con especial intensidad.

Ares, empapado, eso sí, en sus propias lágrimas, alzó el brazo al cielo con su pequeña en la mano, y en ese momento Mara la llamó Eileen, hija de la luz.
















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Al otro lado del acantilado, entre la espesa vegetación, de altos árboles, de copas frondosas de hojas verdes y coloridos frutos y alegres flores, la luz de la Luna Blanca penetraba tocando el suelo verde cubierto de suave césped, los troncos alargados hasta el cielo, las hierbas que crecen caprichosamente por doquier, la tierra fría ...Tocaba también ,llenándolo de luz, un hermoso lago, de aguas quietas , celestes y cristalinas. Con bellos nenúfares en la superficie, que parecían con la luz de esa noche, perlas flotantes, que como en un sueño, magnificaban la hermosura de ese paisaje de fantasía. Allí, junto a la orilla del lago, la misma lluvia que había bendecido a Eileen, bendecía ahora, con su misteriosa caída, a otro recién nacido.

Conforme las gotas le iban resbalando por el cuerpo, se descubría una piel radiantemente blanca, como la de Eileen. Las gotas que caían por su cabeza descubrían ,un pelo plateado largo y sedoso. Las que caían en su rostro, unos ojos negros de maravilloso esplendor. Las que cayeron sobre su frente, un hermoso cuerno largo, afilado, enrollado en espiral, del color de las perlas del mar, que al recibir sobre él los rayos lunares, desprendió tal reflejo, que todo pareció realmente mágico.

Su padre, un corpulento y hermoso unicornio alado, maravillado con aquella visión, le llamó Badar, hijo de la Luna llena. A lo que su madre sonrió encantada.



Publicado por Emperatriz




CAPÍTULO SEGUNDO: EL HIJO DE LA LUNA ROJA











Jocel dejó caer la leña que llevaba en sus brazos y echó a correr en la oscuridad del bosque.

De nuevo se repitió lo que le había hecho paralizar su corazón...el grito desgarrador de su mujer.Avanzó corriendo apartando las ramas, arañándose, cortándole las mejillas, haciéndole sangrar profusamente por sus antebrazos.


Llegó al claro y aceleró todo lo que pudo su carrera hacia la cabaña de piel que había en su extremo. El humo blanco de la chimenea salía por su techo hacia el cielo.

Allí la Luna Roja parecía dominar el firmamento. Las otras dos lunas no podían sino replegarse a su poder, parecían mas lejanas que nunca. Como si no quisieran inmiscuirse.

Era como si la luna hubiese descendido y se hubiese acercado increíblemente a la cabaña. Parecía más grande que nunca y su color parecía bailar, como si fuese sangre líquida lo que le diese color.


Con el corazón golpeando su pecho y la respiración entrecortada, por el tremendo frío de la noche, llegó hasta un montón de leña y recogió sin pararse una pequeña hacha y siguió corriendo hacia la puerta de esta.


Cuando entró el que estuvo a punto de gritar fue el.Su mujer yacía en el suelo en medio de un gran charco de sangre. Sus faldas estaban totalmente empapadas, y la sangre manchaba las pieles que cubrían el suelo.Jocel sólo veía sangre por el suelo. Rojo por todos lados. Por el hueco del techo entraba una luz rojiza que parecía cubrir a su mujer y acentuar el rojo de la sangre.


Su mujer volvió a gritar y esto le hizo salir del trance.Se agachó hacia ella y le sujetó la cabeza. Estaba completamente blanca, con un gesto de dolor, y apretando los dientes, consiguió decirle a jocel que su hijo estaba naciendo.Un nuevo grito le hizo abrir la boca y gritar.

Era la primera vez que Nora iba a concebir, pero Jocel jamás había imaginado aquella sangría.

Apartó sus faldas y preguntó qué debía de hacer.


Estaban solos. Completamente solos. Su hijo se había adelantado a su nacimiento natural, y dentro de dos semanas tenían pensado marchar al poblado.

Nora volvió a gritar, y sus piernas se abrieron. Sus manos manchadas de sangre se aferraban a las alfombras.Jocel trajo agua y mojó unas telas cercanas y limpió los muslos de su mujer. Sus manos temblaban, el olor de la sangre le mareaba, y los gritos de su mujer se le clavaban en su cabeza y no le dejaban pensar.


Puso su mano en el vientre abultado de su mujer para ayudarle a empujar... y entonces sintió como si algo le golpeaba la mano... como si un golpe brusco y fuerte hubiese golpeado desde dentro el vientre de Nora.


Los ojos de Jocel se agrandaron y apartó la mano asustado . Nora gritó de dolor por el golpe y su espalda se arqueó.Una patada... se decía Jocel, sólo ha sido una patada.Pero su mente no podía apartar el golpe tan tremendo que había sentido. Como si su hijo no permitiese que lo tocasen y se quisiera abrir camino él solo sin ayuda de nadie.Nora se sujetaba la barriga llorando de dolor y sin poder parar de gritar. Su piel tenía un aspecto pálido, pero la luna roja, por el hueco del techo, le daba un color terrible. Miraba a Jocel como suplicando que le ayudara.


Jocel volvió a poner su mano en el vientre y empujó cuando notó las contracciones en el cuerpo de su mujer. Volvió a sentir aquel empujón y un escalofrío recorrió su cuerpo, pero esta vez no se permitió apartarse, empujó fuertemente, a pesar de los gritos de Nora.La sangre no paraba de salir... Jocel fue a buscar mas tela para limpiar a su mujer y cuando volvió se quedó paralizado.La cabeza del niño había salido ya.

Estaba entre los muslos de su mujer, totalmente manchados de sangre, tenía el pelo muy moreno, y la piel muy blanquita, increíblemente limpia... como si su piel no tocara a la de su mujer y no se manchara.Pero lo que paralizó a Jocel era sus ojos.Los ojos de su hijo estaban abiertos y le miraban.Le miraban a él directamente.

Sin pestañear.





Nora en aquel momento arqueó la espalda... lanzó el grito mas terrorífico que Jocel había oído en su vida... y cayó sobre el suelo inmóvil.Este se acercó rápidamente a su mujer, y le levantó la cabeza.Sus ojos estaban cerrados.

Acercó su cabeza a su pecho y su corazón no latía.


Jocel lanzó un grito de desgarro y dolor...Lloraba y se abrazaba a ella gritando su nombre, apartando el pelo de su cara, besándola, tocando su piel fría, acariciando sus labios agrietados, besándolos. Implorándole que no le dejara, que no se fuera, que volviese...


No podía perderla, no podía irse. Su mente se negaba a aceptarlo. Era imposible. Ayer estaban los dos haciendo planes para el futuro cuando naciese su hijo.

Y ahora...

Un pequeño susurro...

Su hijo... Jocel había olvidado completamente a su hijo.


Depositó la cabeza de su mujer suavemente en el suelo y se agachó al lado de sus piernas.De nuevo quedó paralizado...Aquella mirada...


Su hijo continuaba mirándole fijamente... como si le pudiese ver... con una mirada desafiante.Jocel se preguntaba cómo era posible.Casi con miedo cogió con sus manos la cabecita del bebé... estaba frío, debía de darse prisa, porque la noche era gélida.Metió un poco los dedos y le sujetó por los hombros, y tiró hacia afuera...

Casi sin esfuerzo el bebé salió.Lo depositó sobre el suelo y buscó unas cuerdas para atar el cordón, y a continuación cortarlo con su navaja. Luego lo envolvió en una piel de cabra, y se acercó al fuego que ardía en el centro de la cabaña para que cogiera calor.

Sus ojos... parecían rojos.

Quizás fuese por la luna roja que estaba justo encima de él derramando su luz.Entonces vio que una gota de agua cayó sobre su frente, y luego otra.. y otra...


Jocel miró hacia arriba y vi0 las finas gotas caer por el orificio del techo.Pero el no se mojaba...Sólo su hijo.Se apartó rápidamente para que no cogiese frío y con su propia mano secó la cara de su hijo.Notó dos pequeños bultos en su frente... justo por delante, en el principio del nacimiento del pelo negro.


En un principio no le di importancia.Pero sus ojos...realmente parecían rojos, eran de un color celeste que jamás había visto.Cuando movió su brazo para cogerle mejor... notó algo duro en la espalda de su hijo.Con su mano rozó la piel que lo cubría, y vio que no eran imaginaciones suyas.

Con mucho cuidado depositó a su hijo sobre el suelo, lo destapó y le dio la vuelta...No hacía falta tocarle... se notaban perfectamente dos pequeños bultos a los lados de los brazos. Sobre los omóplatos.Jocel no entendía nada.Volvió a tapar a su hijo y lo levantó en brazos.


Miro el cuerpo de Nora, con sus ojos cerrados y su pelo negro sobre el suelo, y lloró.

Lloró durante toda la noche por el amor que había perdido

Por su compañera

Por su mujer

Por los momentos vividos

Y lloró por su hijo

porque supo que su hijo la había matado

Y lloró porque supo que su hijo era especial, diferente.Y lloró durante toda la noche.


Fuera la luna roja reinaba en el firmamento.

Su color rojo intenso.Su maldad suprema


Su hijo había nacido y una nueva era se avecinaba.

Habían nacido el dolor y el sufrimiento.


Había nacido Elgar.

.






Hijo de la luna roja.








.

publicado por Sueño








CAPÍTULO TERCERO: EL HIJO DE LA LUNA VERDE










Debían ser cerca de las seis y media de la mañana, y la luz del día empezaba a antojarse en el horizonte, justo donde se juntaba el cielo con el mar en una línea imaginaria.


Todo estaba muy tranquilo, el cielo totalmente despejado de nubes y de estrellas, salvo las más valientes y brillantes. El aire, una delicada brisa templada y muy suave, que peinaba la agradable y vasta pradera poblada de verde y largo césped.

Al fondo el susurro de un bosque frondoso cuyas hojas silbaban crujientes mezclándose con el murmuro de las olas espumosas que lentamente iban a romper en la orilla de la playa.


El sol ya hacía su aparición dotando a la mañana de un ambiente especial y diferente, pues su típico color anaranjado, rojo y amarillo se confundía en el cielo inmenso con el verde que irradiaba desde la noche, la Luna Verde la cual había salido llena, hermosa e inusualmente cercana a la Tierra.


Se podía oler aún el rocío en las hojas, la humedad salada de la marea, y el humo que salía de la chimenea, proveniente de un buen fuego en que se había cocinado la cena de la noche anterior, ahora el desayuno, y hervido agua y paños.


Dentro de la cabaña, de robustas paredes de piedras redondeadas, fuerte techo de madera y una mezcla de barro y paja; el suelo crujía con las pisadas de un hombre que se vestía y una mujer que simplemente le perseguía por la estancia.


-¿¡Es que no entiendes que me dejas inquieta!?


-¿¡Es que no entiendes que prefiero que te quedes inquieta, pero a salvo aquí!?


-Que no...Que no me convences Oberón, ¡me da miedo! ¡Es demasiado absurdo! Ya me lo parecía venir hasta aquí, pero accedí por ti, y porque vendríamos los dos juntos. Pero esto francamente no me parece tan buena idea, además no sé por qué te preocupas tanto, yo la verdad me veo muy capaz para acompañarte... y qué demonios! ¡¡Soy tu esposa!! No puedes pretender dejarme y que yo me quede aquí sin rechistar!

Así que lo siento amor mío, pero yo me voy contigo, no pienso abandonarte.


-Mira Elena, no se trata de que no crea que no eres capaz, ya sé que montas con los ojos vendados, y sé lo fuerte que eres, me lo has demostrado durante todos estos años. Sé que no hay un solo cabello de cobardía en tu melena, y desde luego que no dudo de tu lealtad y de tu amor, pero Elena, esto, lo creas tú o no, y sé que no me crees, es muy peligroso, y si no lo es aun... lo será, te lo aseguro, y ya no estamos hablando solo de nosotros dos, de ti y de mí.



Entonces Elena se giró y la reacción de sonreír surgió instantánea en cuanto vio a su hijo.


Tenía apenas unas horas de vida, y estaba tranquilito y envuelto en una capa blanca de encajes y brocados que antaño fue de su padre. Su primogénito era un varón precioso de piel dorada, grandes ojos verdes y pelo castaño, con una naricita chata y unos labios perfectos. Era una mezcla exacta entre su padre y su madre.


-No me convences, pero está bien, tienes razón en una cosa, así que de momento nos quedaremos aquí y te esperaremos, y partiremos a casa a tu regreso.

Pero mi amor, de verdad, tú tienes un problema y es que te tomas demasiado en serio la profecía que te contaron tus padres de pequeño. Y la realidad es que esas cosas no existen, pero en fin, me rindo contigo, estás obsesionado y yo no puedo hacer nada para sacarte esas ideas absurdas de la cabeza.

De todas maneras, prométeme que vas a tener cuidado y que vas a volver a por nosotros, ¿sí?


-Eso ni lo dudes. Cuida de nuestro hijo, y ve pensando un nombre digno de su linaje. En cuanto lleguéis lo bautizaremos.



El hombre besó a su esposa, se puso la corona y salió de la casa para montarse en su caballo y alejarse al trote.


Su esposa, no cerró la puerta, sino que se dirigió a la cuna para coger a su bebé y sacarlo en brazos para que despidiera a su papá.


Pero cual no fue la sorpresa de Elena al contemplar que sobre la carita de su hijo caían unas misteriosas gotas de agua, que entraban por la ventana traídas como en un haz verde de luz que iluminaba de este mismo color al recién nacido.


Se arrodilló ante él y su expresión cambió.
Le cogió y le llevó hasta el quicio de la puerta para que despidiera a su papá.

Mientras miraba la silueta cabalgando de su marido, pensaba...Y finalmente pronunció las palabras:


-Tú eres mi hijo, hijo de una profecía, hijo de un linaje real, hijo de un destino...


Te llamaré Éverard, el Valiente hijo de la Luna Verde.






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CAPÍTULO CUARTO: EL ENCUENTRO.

Bajaba corriendo como un torbellino, a través de la hojarasca, pisando con fuerza la tierra y piedras bajo sus pies, rompiendo raices y ramas que se oponian a su marcha.

Lloraba con rabia y trataba de escapar de aquel sentimiento que la tenia presa.El pelo suelto se le enmarañaba al roce con el viento y la vegetación.

Su piel nacarada llena de arañazos, rumiaba su frescura bajo el sudor que manaba con la carrera por el frondoso bosque.Todo era verde y tierra, excepto ella cuya luz interior irradiaba como una luciernaga que ilumina en la noche la más oscura de las cuevas.Llegó a la orilla de un lago cristalino de aguas muy frescas y tranquilas y se detuvo para descansar y tomar aire.Se recogió las faldas de sus vestido el cual había roto y dehilachado por el camino, y descalza, con los pies ensangrentados, se metió en el lago para beber.Se estaba resfrescando, pensando en la absurda prohibicion de su padre de no volver a salir de casa mientras el cielo permaneciera teñido de aquel rojizo color.Pensaba en los planes que habian hecho para que se fuera lejos, y en como ella se habia negado a irse de su tierra, y alejarse de su familia y de su clan.

Pensaba en qué podia hacer para continuar su vida normal, siendo feliz como hasta ahora cuando de pronto, vió como unas hondas en el agua crecian en dirección hacia sus pies.

Levantó poco la mirada dejando caer el agua de su mano, y vió por primera vez lo que tantas otras había escuchado.

Su presencia era imponente, alto y fuerte, hermoso y de apariencia mágica. Todo su cuerpo era blanco, y su pelo plateado y largo ondulaba al viento con altivo porte majestuoso. En su frente un magnífico cuerno de hueso y plata le daba la distinción de principe de los bosques.

Iba directo a ella, con una dulce expresión en sus ojos , llamado por la atencion que había despertado en él, la blancura y resplandecencia que la piel de aquella muchacha lucía, tal y como la lucía la suya propia. También los ojos de ella eran distintos a los demas ojos qu ehabia visto antes en humanos.Estos eran grandes y negros, pero con un brillo especial, como el brillo que de sus propios ojos.

Ella maravillada con aquella visión, casi impulsivamente extendió el brazo para acariciar al unicornio, como queriendo asegurarse de que no era una vision, y para que si efectivamente no lo era, tocarlo, tocar aquel ser tan bello.

Pero algó sintió el unicornio. Su tranquilidad se vió turbada por otra presencia en el lago, entre los arboles, escondida a traición.

Comenzó a reirse a carcajadas, y la muchacha se asustó, e instintivamente se ocultó tras el unicornio al tiempo que este avanzaba posicionandose delante de ella en actitud protectora.

Seguia riendose, con sarna aquella voz grave de hombre joven cuya figura no se distinguia bien aun entre la vegetacion, pese a que lentamente se iba acercando a la posicion de aquellos dos.Cuando finalmente era visible a la luz del sol, su piel roja y sus cuernos en la frente y en los hombros, relucian como piedras preciosas. Sus ojos rojos eran sin duda muy expresivos, y su risa seguia oyendose salir de aquel cuerpo atlético y hermoso, de aparencia demoniaca.

El unicornió sintió como una punzada en su pecho, y dió un paso atrás, pues, había oido hablar del ser al que ahora tenía frente sí. El maligno, el enviado, la sangre de la Luna Roja en carne y hueso, con toca su crueldad, estaba allí mismo, en el Lago de los Unicornios.

El mismo día en que sorprendentemente por primera vez había llegado hasta allí un humano.

Ella en cambio, no fue miedo lo que sintío punzante en su pecho, y dando un paso al frente, se adelanto para mirarle mejor, y al clavarle sus ojos negros de chiquilla en su mirada cruel de chiquillo , dejó reir.

Estupefacto, pues jamas nadie lle había mirado con vida durante tanto tiempo, le advirtió que si no tenía miedo de él, lo tendría. Que sus destinos estaban escritos y que aquel encuentro no era casual. Le contó como la Luna Roja había guiado sus pasos a traves de campos, poblados, montañas, y rios, hasta llegar a aquel lugar, y como en su andanza había dejado hacer a su instinto auqello para lo que había nacido, el mal.

Ella continuaba mirándole, pero seguía sin sentir temor. Se Presentó a aquel muchacho y le deseó suerte en su travesia, aconsejándole que no pasara por su pueblo, pues le estaban esperando desde siempre para matarle y acabar con la profecia de la Luna Roja.

De nuevo él río, sin dejar de mirar fijamente a los ojos de ella, mientras le preguntaba por qué no le mataba ella misma con sus propias manos. A lo que ella respondió, que no tenía nada que hacer ante un ser tan terriblemente poderoso, y que prefería quedarse alli en el agua, hablando con él.( Observando el extraño fondo negro de sus ojos rojos.)

-Está bien Eilen, por esta vez te dejaré ir con vida, a ti y a tu caballo. Pero volveremos a vernos y entonces...

Y dándose la vuelta desapareció.





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CAPÍTULO QUINTO
: SU NATURALEZA




- Aquí, ponedlo aquí.

Los hombres colocaron el cuerpo del hombre moribundo sobre la mesa, despejamdo con sus antebrazos las copas y platos que tenía encima.

El anciano se acercó al hombre que allí yacía.
Tenía en la cabeza una enorme brecha por la que sangraba profusamente y le bañaba el rostro de sangre. No sobreviviría mucho tiempo.

- ¿Qué ha pasado?- preguntó mientras apoyaba su mano en el pecho del herido.

El hombre movía los ojos en todas direcciones como si buscase algo. Los tenía completamente abiertos, y no paraba de girarlos balbuceando al mismo tiempo frases inconexas.

- Emer, tranquilízate. - El anciano colocó su cabeza en el punto de mira del hombre.

Este, por un momento fijó sus ojos en él, e intentó hablar, pero la propia sangre le impedía hacerlo con claridad y sus palabras eran ininteligibles.
El anciano cogió una tela y limpió lo mejor que pudo el rostro y boca de Emer.
Con sus manos le sujetó la cabeza, como para obligarlo a mirarle a sus propios ojos y tranquilizarle.

-Qúe ha pasado?

Lo que dijo provocó un escalofrío en todos los presentes.

-El Demonio Rojo... el Demonio Rojo nos atacó. - Le siguieron una serie de toses profundas salpicadas de sangre. El anciano entrecerró los ojos. Esa sangre no era de la cabeza, también tenía heridas por dentro. Le quedaba poco tiempo.

-¿Dónde ha sido, Emer?, ¿dónde?

- Mi hija... está alli. Mi hija... - Sus palabras eran entrecortadas e interrumpidas constantemente por toses. - Oí gritos y ví a mis hermano muertos, y cuando corrí a buscar a mi mujer... la encontré a la orilla del río... -No puedo reprimir un sollozo.- Creo que también han muerto Ner, y Borem.

Los presentes se miraban estupefactos.
El Demonio Rojo... Elgar, estaba en la aldea. ¿Por qué?, ¡Qué desgracia tan grande había caido sobre ellos!
-¡Mi hija, por favor salvad a mi hija!, Estaba por el río, no puede llegar a ella, le ví, le ví... - Su respiración era cada vez mas agitada, y el tono de su voz más alto. - Intenté herirle con mi hacha pero no se ni cómo me la cogío y me golpeó. Tiene la fuerza de cinco caballos, y es alto como un árbol. Me hice el muerto para que no me rematara...

La tos se hacía cada vez más intensa y la sangre ya manaba de su boca.

-Tranquilo Emer, encontraremos a tu hija.

-No se puede matar a Elgar, ¿ No lo entendéis, esque no lo entendéis?. - Su voz era casi un grito. - ¡Salvad a mi hija por favor!, debéis de salvarla, Elgar no tiene piedad de nada ni de nadie. ¡Salvadla! - Y diciendo esto quedó inmóvil sobre la mesa.

Todos quedaron en silencio.

- Ha muerto.- Sentenció el anciano y cogiendo una piel lo cubrió.

En silencio salió a la calle donde todo el poblado esparaba.
Los miró, sabiendo que esperaban órdenes suyas. Pensó durante unos sengundos y habló:

-Que cinco hombres vayan al río y busquen a la hija de Emer. Los demás se quedarán aquí. No quiero que nadie se aleje del poblado, si nos dispersamos seremos presa fácil. Si permanecemos en grupo puede que no se atreva a acercarse. Las mujeres y niños que se refugien en el molino.

Inmediatamente todo eran gritos y prisas. Niños llorando y hombres acarreando hachas que, nerviosos y asustados no sabían muy bien qué hacer ni a dónde ir.

Los cinco hombres elegidos partieron inmediatamente, y en pocos minutos llegaron a los alrededores del río con la respiración agitada. Se miraban unos a otros asustados, esperando que alguien tomara la iniciativa.
Entonces uno de ellos apuntó con un dedo al borde del bosque.
Los demás siguieron con la mirada la línea que indicaba su dedo, y pronto quedaron sin respiración.

Sin apenas mirarse y mediar palabra, se acercaron.
Era Borem, no cabía duda. Se encontraba tirado en el suelo en una postura imposible.

Las manos apretaron las hachas hasta que los nudillos quedaron blancos. Por un momento la rabia pudo al miedo, y gritando... casi deseando que lo que oyese aquellos gritos enloquecidos huyera, entraron dispersándose en el bosque.

Loth iba apartándo las ramas de su cara con el hacha, pero aún así, pronto empezó a sangrar por la multitud de arañazos que se produjo en su loca carrera. Oía los gritos de sus compañeros cada vez más lejanos y pronto, muy pronto, se dió cuenta del error que habían cometido.

Entonces sus pies se enredaron en la raíz de un árbol, perdiendo el equilibrio con el impulso que llevaba y cayó de bruces en el suelo.

Perdió su hacha que quedó a unos metros de él. Se levantó como pudo sangrando mucho por la nariz. Le dolía muchísimo. Se la tocó y lanzó un grito de dolor. Estaba rota.
Miró a su alrededor y sólo veía arboles y más arboles.
Con la manga limpió su nariz que no paraba de sangrar y entonces se dió cuenta...

Silencio.

Todo era silencio. No se oían los típicos ruidos del bosque. De hecho no se oía nada. Era como si incluso la brisa hubiera cesado su suave roce con los arboles. No se oían sus compañeros, las hojas al moverse, los animales... nada.

Loth gritó llamando a sus compañeros sintiendo como la mano del miedo apretaba su corazón.
Giraba en torno a sí, buscando con ojos como platos su hacha.
Volvió a gritar esta vez mas fuerte, casi quebrándosele la voz.
El miedo le hacía casi sollozar y tener fuertes temblores en las piernas.

Y entonces lo oyó.

- ¡No grites!

Quedó paralizado. Y se volvió hacia donde había venido aquella voz de niña.
Era la hija de Emer. Estaba escondida detrás de un árbol. Y le susurraba que no gritase.

-¡No grites, o te escuchará! - Dijo entonces.

Loth sonrió profundamente acercándose a ella. Aunque fuese muy cobarde reconocerlo, el hecho de no estar solo, le infundía valor.

Cuando faltaban unos pasos para llegar a ella, su sonrisa se apagó. Su rostro quedó paralizado así como su cuerpo.
A pocos metros de ella, apoyado en un arbol, sin que la pequeña se diese cuenta estaba Elgar. Le miraba con el más absoluto de los desprecios.
Loth quedó inmóvil.

Era algo, muy alto, sobre su cabeza sin pelo aparecían dos cuernos. Su torso desnudo y musculado resplandecía con su piel rojiza. Era el ser mas bello que Loth había visto jamás, y también el que desprendía mas maldad en cada poro de su piel. Sus ojos rasgados le miraban con total y absoluto desprecio.

- No me hace falta oir los gritos que dáis. La verdad que desprendéis un olor tan nauseabundo los humanos que os podría localizar a millas de distancia.

La pequeña lanzó un grito al darse cuenta que Elgar había estado detrás de ella todo el tiempo.
Empezó a correr despavorida.
Vió como el hombre corría hacia el hacha también y entonces algo pasó a su lado...
Era Elgar.

Corría con una facilidad y rapidez pamosas. A pesar de su estatura y corpulencia, se movía grácilmente, con unas enormes zancadas.
En pocos pasos llegó hasta el hombre, lo alcanzó y le dío un tremendo golpe con sus manos desnudas.
Lo lanzó sin aparente esfuerzo a casi cinco pasos y éste cayó como un guiñapo contra el manto del bosque.

La niña quedó paralizada en su carrera.
Elgar estaba delante de ella, y poco a poco se volvió.

- Sois tan despreciables.

Para Elgar el olor de los humanos era insoportable. Miró hacia el cielo donde un rayo de luz se filtraba por entre los arboles. Cerca estaba el río. Podía olerlo y sobre todo oirlo.

Y sin saber por qué... Se acordó de Eilen y del encuentro en el lago.
Desechó aquel pensamiento rápidamente y avanzó hasta la niña.
Y de nuevo volvió... Eilen y el unicornio.
Y sus pensamientos se centraron en lo que había venido a hacer
Pasó al lado de la pequeña y movío un brazo.
Siguió su camino sumido en sus pensamientos.

La pequeña le miraba con sus ojos ciegos...
...Tirada en el suelo con la cabeza vuelta en un giro imposible.









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CAPÍTULO SEXTO: ELGAR DE PASEO



Camina lento, cada paso suyo pesa como una montaña, así lo siente el suelo por el que avanza, parsimonioso, tranquilo. Como su respiración, que se detiene en todos los olores de la vegetación, del campo que atraviesa.
Deja un rastro de gotas de sangre que chorrean del hacha que sostiene firmemente con su mano izquierda.
Él ni siquiera es zurdo.

Nunca le hizo falta arma o instrumento alguno para arrebatar la vida de cuantos se le ponian por delante.
Pero el capricho, como prueba para saber que se podía sentir, se le antojó interesante.
Y lo cierto es, que pese a lo lento que le había resultado, si que encontró en los por menores de abrir cuerpos y desmembrarlos un renovado aliciente.
Después de todo, sólo agarrarlos por el cuello para rompérselo, por ejemplo, era algo tan extremadamente sencillo, que su naturaleza práctimanete le exigía o le suplicaba algo de vigor en sus actos.

Diestro de ambas manos, con la fuerza de un toro mitológico, torpe por lo novedoso, en maniobras como la que iba a emprender, sujetó a su primera presa del cuello , pero con la fuerza minimamente indispensable para, mantener pegado al suelo de tierra rojiza su cuerpo , y con la mano izquierda provista de aquel improvisado y escogido nuevo utensilio que , tantas veces había visto en manos de hombres para talar árboles, apilar leña, descuartizar piezas de caza. Calculó meditadamente la distancia y la fuerza que habría de emplear para propinar golpes precisos en cada movimiento.
En cuantó comenzó , la carne se abrió fácil, al momento, y las costillas lucieron limpiamente seccionadas. La sangre no dejaba de brotar, y también otros fluidos, y fragmentos de grasa, órganos, y astillas, todo ello mezcla entre compacto y deshecho.

No le pareció mucho más útil aquel hacha que su pulgar, pero, se rindió ante la evidencia de que le confería a aquella tediosa sed suya, un nuevo cariz, al que le podía sacar mucho partido, poniendo algo de imaginación por su parte. No perdía nada por experimentar un tiempo, antes de volver a sus prácticas artes.




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