jueves, 28 de octubre de 2010
Convalecencia
domingo, 17 de octubre de 2010
Justos por pecadores.
Sostenía en una de sus manos un pañuelo y en la otra su teléfono móvil.
Lloraba…Sin poder parar…
Su móvil sonaba pero ella no quería cogerlo…Su sonido le hería el corazón.
Como un mazado de realidad que destroza cuanto encuentra a su paso.
Se sentía tan triste y tan sola…que no podía reprimirse más y finalmente contestó…
-Amor, no temas más, ya verás como con el tiempo curarán tus heridas, yo estaré aquí, esperándote…Estas construyendo un castillo de gruesos muros, verás como con el tiempo, enterrarás todo el daño del pasado, y podrás ser feliz. Y nadie podrá herirte, y yo…te seguiré queriendo, seremos felices ya lo verás…Así que no digas más tonterías….
-No son tonterías príncipe Erik…no puedo amar…Estoy rota. Me han roto. Pero tú no me escuchas tú no me haces caso…Y yo te quiero demasiado para alejarme de ti….Pero te haré daño…Y a mi misma…
Tengo el miedo metido en el alma, y no se puede vivir así, no se puede amar si no se confía.
Mi vida ya no vale nada amor…No seas tonto…Aun estás a tiempo…
Y el llanto la obligó a colgar y apagar el móvil para que no siguiera sonando.
Pero como siempre que él le hablaba, sus palabras retumbaron en su conciencia.
Se sentía culpable, asustada, y estúpida. Y sobre todo se sentía perdida.
Perdida….
Reparó entonces en algo que él le había dicho….Y como quién ve la luz, corrió hacia su torre.
Cerró por dentro la puerta de su torre, y subió hasta su habitación.
Allí tenía todo lo que necesitaba, de hecho llevaba una vida muy cómoda.
Hacía siglos, los que mandaron construir aquel palacio habían pensado en todas las comodidades en caso de enfermedad, epidemia, o guerra.
De modo que mediante un complejo sistema de poleas y pasadizos, todas las habitaciones reales estaban dotadas de una ventanita en la pared y un largo y complejo pasillo que discurría horizontal y verticalmente conectando con la cocina, la biblioteca, la botica, etc…
Martina fue poco a poco tapiando sus propias paredes convirtiéndolas en gruesos muros del ladrillo más fuerte.
Tapió las puertas y en las ventanas colocó rejas que sólo podrían ser abiertas desde dentro.
Al cabo de un mes, su torre y sus habitaciones eran toda una fortificación, impenetrable.
A la que no se podía entrar y de la que no se podía salir.
Entonces encendió de nuevo su móvil y tumbada en la cama, más sola que nunca pero a salvo , decidió leer un libro mientras esperaba su primera llamada.
Y la llamada no se hizo esperar.
-¿Amor? ¿Qué has estado haciendo? No hay manera de encontrarte! Me tienes muy preocupado. Ahora que sé que estás bien, permíteme que vaya a verte, te echo tanto de menos…
-Cielo, escuché tus palabras, cómo siempre hago…Y tenías razón…En eso de construir un castillo de gruesos muros…Para que nadie volviera a hacerme daño nunca más…
Lo he hecho! Ahora estaré a salvo!
-Bien, cuando vaya me lo cuentas todo amor.
-No me has entendido, lo he hecho de verdad…
No podrás entrar aquí dentro, ni tú ni nadie.
Nunca.
Y así fue como la princesa Martina, vivió el resto de sus días defendiendo sus murallas, arreglando los ladrillos que se venían abajo por la mala construcción, o por los ataques que sufría en los intentos de invadir su torre.
Nunca le faltó de nada…Al menos no lo indispensable para sobrevivir…
Y tratando de protegerse a toda costa del dolor, pagó un alto precio ; el no volver a ser feliz jamás.
jueves, 7 de octubre de 2010
En carne cruda
Radiante como siempre.
Así viene a mí tu recuerdo en esta madrugada de colores taciturnos.
Y deslumbras mis cerebro, llenando de sombras los huecos de mi cama, de formas imposibles los pliegues hasta ahora dormidos de las sábanas.
Vienes y reinventas este vacío.
La silueta de los muebles parece salirse de su marco, los libros en su estante parecen desperezar sus páginas dormidas.
Todo abandona su estado inerte, su sangre de madera y yeso se vuelve visceral y caliente, y palpita ante ti.
Llevas aquí conmigo una hora, y la luna está mucho más cerca que hace una hora.
El aire huele a miel, y a lilas tibias del campo bajo el sol, a pan de hogaza recién horneado, a leche y canela…
Huele al viento de tu pelo.
A un mechón de tu melena, dormido en mi almohada.
A jabón de lavanda prendido en tus muñecas.
Como si nada, inocente te acurrucas en mi mejor añoranza, y hablas, me hablas apenas con esa voz de plata tuya que todo lo llena.
Dulce y suavemente envuelves con su velo las curvas en carne cruda de mi pulido corazón. Me tocas, me abrazas, y me aprietas…
Y yo sólo puedo sentirme como una fina capa de hielo bajo tus pies.
Desquebrajándome a tu paso, a cada paso de tu aurora hacia mí.
Con cada oleada de tus ojos, oscuros como el cielo de la primera noche.
A cada caricia de tu piel de avena y flores sobre mi piel devastada.
Devastada tiempo ha por tu ausencia, tan prolongada ya…Que me haces temer y dudar , si acaso tu vientre no fue sólo un sueño, un mundo de irrealidad que me atrapó de rodillas, con la frente baja y las manos abiertas, para ofrecerte todo lo que siempre fue tuyo.
Sonríes.
Sonríes juguetona como una niña, que no es consciente del poder de las curvas que su sonrisa talla en su boca.
Tus labios de nata y manzana asada se curvan tímidamente entre tus pómulos de piel de melocotón, y de ellos sale una sinfonía de cascada, de riachuelo y de campanillas…
De arcoíris en plena llovizna de primavera.
Y se inunda mi habitación de un calor indescriptible.
Y ya todo eres tú.
Y yo estoy aquí en medio, contemplando extasiado tanta belleza, en la cama, contigo…con la luna, con tus palabras de mimbre, con tus dedos de azahar…
Me miras.
Con tu rostro de estrellas y nácar, tú me miras y yo sólo puedo pensar : "Radiante".