El naufrago ignorante, que no sabía nadar, no hacía nada más que dar vueltas a una idea. Como era posible que una plancha de metal flotara, aquello era imposible.
Después de más de una hora meditando, pensó. Yo debo de haber aprendido a nadar sin darme ni cuenta, y realmente soy yo quien sujeta y mantiene a flote esta pesada plancha de hierro. "Sin duda podría estar mejor si lo suelto y me dejo flotar en el océano".
Tras pensarlo durante otra hora, se soltó alejándose del extraño hierro.
La plancha intentó advertirle, pero sin su naufrago, su Amor no servía para mantenerse a flote. Lloró como nunca antes lo había hecho un corazón de hierro.
Y al rojo vivo incandescente se hundía, mientras sentía como su amado descendía a las profundidades, sin su tan preciada vida.
2 comentarios:
En la apacible orilla de esta playa, se puede oler la brisa del perfume de su cuello, la sal de su piel...Se puede ver a lo lejos, el espacio vacío que ocupaban sus besos...
Todo está intacto aquí, en este mar...
Precioso cuento.
Besos
Supongo que todos somos náufragos, y esperamos algo o alguien que nos salve. Una mano amiga, o un rayo de esperanza.
Cuando perdemos algo.... es cuando lo valoramos
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